“El trabajo mal hecho no tiene futuro,
el trabajo bien
hecho no tiene fronteras”.
Refrán Catalán
En la madrugada del 2 de abril
de 1989 el túmulo de Allan Kardec en el
cementerio Père Lachaise, de Paris, fue damnificado por
un atentado a bomba,
posteriormente reivindicado por un autodenominado “Movimiento por la Supremacía de
la Razón”. La naturaleza emblemática de
aquel insólito acontecimiento se quedó
grabada en mi mente, principalmente por la inexistencia de cualquier
repercusión en el ambiente espírita. ¿Cómo entender que en toda la cosmopolita París aquel “movimiento” no encontrase nada más representativo de la irracionalidad humana que el túmulo de Kardec? ¿Cómo explicar,
por otro lado,
que el Movimiento Espírita
no cuestionase las razones de esta absurda
elección; no buscase reflexionar sobre ella
más profundamente? Para los autores
del atentado, el Espiritismo
parecía ser simple y peligrosa creencia y, por lo tanto,
un insulto a la razón. Ésta, por lo menos, sería la forma por
la cual se veía a los espíritas en aquel
contexto. Analizando el hecho no podemos
desconsiderar la posibilidad de que los espíritas hubieran fracasado en la divulgación de una imagen
más verdadera de la filosofía espírita, criando así
espacio para la manifestación brutal
de este anacrónico “fundamentalismo racional”.
Ora, ninguna
filosofía espiritualista es más
ventilada, no sectaria, progresista y racional que
el Espiritismo, cuyos principios
fundamentales, por su logicidad y clareza,
poseen características que pueden ser fácilmente
universalizadas. Sin embargo, la dura realidad obstaculiza esa perspectiva auspiciosa.
Un siglo y medio después de su lanzamiento, el Espiritismo
sigue marginado. Su propuesta filosófica, fundamentada en una ciencia de
observación y con un método de pesquisa y reflexión centrado en la duda, todavía no
ha conseguido sensibilizar los medios académicos. Esta
resistencia se debe a múltiples factores. La mayoría de ellos, sin embargo, nada tiene que ver con lo que el Espiritismo
realmente es, o sea, se lo discrimina
mucho más por la apariencia que por la
esencia.
Pese al enorme esfuerzo del pedagogo Allan Kardec, la identidad esencial del Espiritismo sigue siendo un problema
no resuelto.
¿Sería el Espiritismo solamente una
secta cristiana más, con algunos perfeccionamientos, compitiendo en el mercado religioso?
Nosotros creemos que no y, por ello, insistimos tanto
en el estudio de la Codificación con el objetivo
de rescatar el proyecto original del codificador y descubrir, en fin, qué es el Espiritismo.
Descubrir es alejar la cobertura,
penetrando hasta las bases, las fundaciones
de la construcción espírita, conocer el proyecto del
arquitecto e incluso el propio arquitecto para saber sobre sus motivaciones y las influencias que recibió.
Cuando usado, este proceso prospectivo
nos pone ante una realidad perturbadora.
La obra no corresponde al proyecto. Hay
discrepancias entre la base y lo que sobre ella se construyó. Se irguieron paredes donde
no hay bases y, paralelamente,
hay bases sobre
las cuales nada se construyó. Todo se
pasó como si los constructores no conocieran
bien el proyecto del arquitecto o entonces, aun conociendo, decidieran, por su cuenta y riesgo, hacer adaptaciones y añadir lo
que les pareciera conveniente para la funcionalidad de la construcción. En lugar de una
escuela decidieron edificar una iglesia.
Ora, este
procedimiento que subestima la competencia
del proyectista de la obra o que interpreta frívolamente sus directrices es, como mínimo, imprudente y
puede resultar en consecuencias desastrosas.
Emille
Durkheim, uno de los padres de la sociología, dijo en la obra
“Las formas elementales de la vida religiosa”
que “Una sociedad no está simplemente
constituida por la masa de individuos que
la componen, por el suelo que ocupan, por
las cosas de que se sirven, por los movimientos que
efectúan, sino, ante todo, por la idea que se hace de sí misma”. Para
comprender la forma por la cual somos vistos es necesario reconocer que
la autoconsciencia que un grupo elabora de sí mismo es uno de los factores explicadores de su comportamiento. ¿Qué idea forma el movimiento espírita de sí
mismo? ¿Cuál la autoimagen predominante determinando nuestro comportamiento y la
consecuente imagen que proyectamos? ¿Escuela
o iglesia?
No es necesario
ser observador muy astuto
para percibir la predominancia de actitudes y de modelos de comprensión que
discrepan del auténtico pensamiento espírita, como sean: postura
fuertemente salvacionista sobrevalorando conceptos como Tercera Revelación, Consolador Prometido, Brasil corazón del mundo, etc.; lenguaje afectado, religioso, de quien habla
en términos de eternidad; una cierta arrogancia, travestida de humildad, característica del poseedor de la verdad; valorización de la
fe en detrimento de la razón y, por último, el tan reprobado
por Kardec, “espíritu de sistema”, que nos dispensa de
la verificación experimental.
Si
concordamos que el Espiritismo
no guarda relación estrecha con esta imagen,
algo deberá ser
hecho, y por nosotros espíritas. Es necesario remover
esta envoltura, esta máscara que
esconde el pensamiento espírita para
que un día su esencia sea su apariencia.
El Espiritismo, como se ve, necesita ser
descortinado por el estudio de sus fundamentos.
La cortina siendo alejada, una luminosidad mayor
revelará la belleza, la armonía, la simplicidad y la amplitud del proyecto espírita así como la genialidad
de su arquitecto, quien estableció los fundamentos
de una doctrina realmente nueva, actual,
ventilada, dinámica, funcional,
progresista, libertaria, no sectaria, optimista.
El Espiritismo fue bien hecho y tiene futuro. El problema
es que fue mal
empaquetado.
Maurice Herbert Jones, electricista jubilado, es conferencista espírita;
ex presidente de la Federación Espírita de Río Grande del Sur; ex presidente de
la Sociedad Espírita Luz y Caridad (actual Centro Cultural Espírita de Porto
Alegre), e incluso colaborador de la misma institución.
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