domingo, 25 de abril de 2021

La debilidad de los buenos


 
"La anarquía social no se manifiesta solamente en las clases inferiores de la sociedad. Como todas las epidemias mentales, es una molestia esencialmente contagiosa.".
Gustave Le Bon, en “Psicología Política”.

          A partir de su redemocratización, Brasil empezó a percibir más claramente el elevado nivel de criminalidad existente en sus élites políticas y económicas, históricamente protegidas por la impunidad.

          El así llamado “delito de cuello blanco” pasó a merecer, entonces, mejor atención de los organismos de investigación, persecución criminal, sumisión al debido proceso legal y juicio. Al mismo tiempo, pues, que el ejercicio democrático se abría para todas las capas de la población, ansiando más ampliamente el acceso al poder también a las clases sociales menos favorecidas, la criminalidad, de igual forma, se mostraba presente en la acción de representantes políticos de todos los segmentos sociales, incluyendo aquellos que antes se pensaban como “por encima de cualquier sospecha”.

          En verdad, el crimen no tiene ideología ni partido, no es característica de este o de aquel estrato social, político, religioso, civil o militar. Es enfermedad contagiosa que se propaga, contaminando segmentos ricos y pobres, creando mecanismos complejos, estrategias para burlar la ley, y formando organizaciones poderosas con alto grado de especialización. Miembros de esos organismos criminosos paraestatales, oriundos de todos los niveles, no raro, conquistan importantes rebanadas de poder, en todos los segmentos del Estado, bajo el hipócrita manto de la democracia y ante una falsa retórica de promoción del bien común.

          Así mismo, la parte buena y sana de la sociedad es más numerosa que esa horda de criminales que toma por asalto a sectores del poder estatal y económico. La gran mayoría de los brasileños se constituye de hombres y mujeres bienintencionados, de cara a actividades honestas: padres y madres de familia; empresarios y trabajadores; gobernantes, parlamentares, miembros de Poderes, probos, imbuidos de los más sanos principios en favor de la orden, de la justicia, de la paz social. Todos queriendo ofrecer su contribución en pro de una sociedad justa y harmónica.

          A pesar de eso, ya al tiempo de la estructuración filosófica del espiritismo, su insigne fundador, Allan Kardec, percibió que, como ocurre hoy, en amplios sectores de la política y de los engranajes que mueven las relaciones sociales, la “influencia de los malvados sobrepuja a la de los buenos”, y cuestionó los espíritus sobre la razón de ese fenómeno. Recibió de ellos esta respuesta, en la cuestión 932 de El Libro de los Espíritus:

          “Por debilidad de estos (los buenos). Los malvados son intrigantes y audaces; los buenos son tímidos. Cuando éstos lo quieran, preponderarán”.

          En el escenario patrio actual, a veces la “debilidad de los buenos” se ha consubstanciado más por la propia incapacidad de reconocer que se dejan engañar que por su inacción o timidez. Así, por ejemplo, cuando un político predica la vuelta a la dictadura, señalando con la posibilidad de que ésta traiga la paz social, personas de buena índole podrán sucumbir a esa retórica engañosa, totalmente distanciada de la real experiencia histórica.

          La “debilidad de los buenos”, que tanto retraso ya ha causado a la humanidad, tiene, pues, componentes de ingenuidad, de ignorancia política, de ausencia de los conocimientos acumulados a lo largo de la formación política y social de la especie humana. Dictaduras, sean de derecha o de izquierda, siempre han sido altamente nocivas a la sociedad. Hieren la dignidad del ciudadano, atentando contra sus derechos naturales. 

          La democracia, aunque teóricamente concebida hace siglos por los griegos, es, en la práctica, una conquista reciente de la Historia, y se consolida en la medida que se protege de los embustes generados en su propio seno. Requiere, por encima de todo, persistencia y coraje en su ejercicio, que deberá ser iluminado por la ética del diálogo, de la tolerancia, del respeto, de la sabiduría y de la fraternidad, llegando por fin al bien común.

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