Escepticismo, Espiritismo y Caridades
Marcio Sales Saraiva se define como “escritorzuelo”. Licenciado en Sociología y Ciencia Política.
Máster en Políticas Públicas por la UERJ. Fue dirigente del Gremio Espírita
Nazareno y colaborador de la Unión
Espírita Cristo Rey, de Río de Janeiro.
Ya he oído a espíritas diciendo
que “el espiritismo aclara de dónde venimos, por qué estamos aquí en este mundo
y adónde vamos”, o sea, el espiritismo explica todo y, en ese sentido, satisface
la gran obsesión de la modernidad ilustrada de extinguir el Misterio, iluminar
todas las áreas oscuras del conocimiento humano y hacer surgir la verdad incuestionable
sobre todas las cosas. Pero, ¿será qué es eso mismo el espiritismo?
El escepticismo es el punto
inicial de toda la pesquisa hecha por el profesor Denizard Rivail, o sea,
Kardec siempre parte de la duda para consolidar algunos puntos que se considerarán
provisionalmente verdaderos hasta que surjan elementos que puedan sacarlo de su
condición de verdad. La verdad en Kardec es progresiva, abierta, no un dogma.
Así fue, por ejemplo, cuando
Kardec empezó a investigar los fenómenos de las mesas parlantes. Observó, meditó,
cuestionó. Se mantuvo en contacto con los médiums y los espíritus comunicantes,
pero sin fanatismo, sin devoción, pasando todo por la duda y por la criba de la
razonabilidad, y, si fuera necesario, no temía eliminar comunicaciones que no
presentasen ni coherencia ni calidad de contenido.
El escepticismo nos dice que el conocimiento
absoluto de lo real es imposible para la razón humana, por lo tanto, debemos
renunciar a las certezas dogmáticas, suspender los juicios apurados sobre las
cosas y someter todas las afirmaciones, doctrinas y convicciones a la criba de
la duda. Por cierto, lo que es real para un investigador no lo es para otro,
aunque el objeto de pesquisa sea el mismo.
Esta concepción filosófica surgió
en la Grecia Antigua con Pirrón de Elis (siglo III a. C.) — es por eso que se
llama también pirrónicos a los escépticos — y ganó diversas tonalidades a lo largo
de los siglos. Su versión más radical se encuentra en el sabio Sexto Empírico
que afirmaba la imposibilidad de cualquier tipo de certeza o verdad, contrariando
así el escepticismo pirrónico que, aun reconociendo la incerteza y la duda,
continuaba en busca de la verdad o de alguna certeza posible. El pensamiento
kardeciano estaría más próximo a ese escepticismo moderado.
Hay tres etapas investigativas en
el escepticismo filosófico: epojé (suspensión de juicio, duda), zetesis (busca
incesante de certeza) y ataraxia (serenidad que surge del conocimiento de que la
certeza sobre las cosas es imposible). El espiritismo de Allan Kardec tiene
elementos de la epojé que nos conduce a una zetesis — una busca por lo que es
posiblemente verdadero.
Por otro lado, hay también el escepticismo
fideísta, aquel que ante la incapacidad de la razón humana en alcanzar la verdad/certeza,
se entrega a la fe y a la revelación como única fuente de verdad. Este tipo
podrá caer en irracionalismo violento y peligroso para la convivencia social,
tales como los fundamentalismos religiosos y la extrema derecha religiosa. Y muchos
espíritas, actualmente, se tiran de cabeza a ese fideísmo, idolatrando médiums y
abriendo mano de cualquier crítica hermenéutica de los mensajes de los espíritus.
Es innegable. El escepticismo
está en el origen del pensamiento filosófico, pues no es posible filosofar sin
dudas. Es esta vieja corriente filosófica – desde Pirrón de Elis y Sexto
Empírico hasta Bertrand Russell, pasando por Montaigne, Descartes y Pascal –
que también inspirará una parcela significativa de las obras literarias.
La duda, por lo tanto, es el
motor de la filosofía y también de las pesquisas científicas. Es la base a través
de la cual Denizard Rivail se descubrirá
Allan Kardec. Si el escéptico es una persona que solo cree en cosas para las
cuales hay fuertes evidencias y buenos argumentos, para Allan Kardec, ser
espírita ¿no es eso?
El espiritismo no es un
racionalismo ciego y radical, ni pretende explicar todo ni todas las cosas. Solo
Dios es “inteligencia suprema”, por lo tanto, el espiritismo reconoce los límites
de la razón humana y cuánto hay de numinoso en el universo que conocemos a
partir de nuestros insuficientes cinco sentidos. Fue Rudolf Otto quien llamó
esa consciencia del ‘mysterium tremendum’ que nos lleva a la humilde veneración
del numinoso que está en la base de las experiencias religiosas del mundo.
Allan Kardec, en “El libro de los
espíritus”, deja claro, a través de los espíritus comunicantes, que no es posible
comprenderlo todo y que mismo los espíritus superiores “saben mucho”, pero no
lo saben todo:
Cuestión 10. ¿Puede el hombre
comprender la naturaleza íntima de Dios? “No, no puede, y éste es uno de los
sentidos que le falta aún.”
“La inferioridad de las
facultades del hombre no le permite comprender la naturaleza íntima de Dios.” (comentario
de Kardec a la cuestión 11)
Cuestión 78. ¿Tienen principio
los espíritus, o son eternos como Dios? “Si no tuviesen principio, serían iguales
a Dios, al ser creación suya y estar sometidos a su voluntad. Es incontestable
que Dios es eterno, pero nada sabemos de cuándo y cómo nos creó, y se puede
decir que no tenemos principio si se entiende que, por ser eterno Dios, ha
creado sin interrupción; sin embargo, respecto del cuándo y cómo fuimos
creados, os repito, nadie lo sabe, pues se trata de un misterio.”
Además de éstas, aún se podrán
investigar las cuestiones 10, 13, 17, 18, 19, 28, 42, 48, 81, 82, 83, 182, 238,
242, 392, 569, 579 e 613. Y eso solo en “El libro de los espíritus”.
Este conjunto de cuestiones es
suficiente para aproximar el espiritismo de Allan Kardec a algunas formulaciones
del escepticismo filosófico, pero también del llamado “pensamiento débil”, en
el sentido en que el filósofo posmoderno Gianni Vattimo desarrolló. En otras
palabras, el espiritismo kardeciano no puede ser interpretado como un “pensamiento
fuerte” (dogmático, ambicioso e incuestionablemente verdadero), en el estilo de
las Iglesias del siglo XIX, sino como un pensamiento humilde y débil, que reconoce
su pequeñez ante la Divinidad y sus mecanismos insondables.
Dicen que la arrogancia es prima
de la vanidad y hermana del egoísmo, por lo tanto, enemigas del espiritismo. Éste
fue el mensaje dado por Allan Kardec. La “salvación” no está en poseer una
supuesta verdad incuestionable, pero en la caridad, que es el amor efectivo.