Lo que equivocadamente se llama
“reforma íntima” es uno de los temas prevalentes en el medio espírita. La
expresión intenta dar significado a la principal razón de nuestra existencia: la
transformación moral, objetivo de la reencarnación.
Hablada, decantada, estudiada y
debatida, dicha reforma íntima asusta a mucha gente, pues falta la exacta
comprensión de lo que sea este “reformarse” íntimamente. Muchos sufren con este
tema, lanzándose intempestivamente a lo que se ha decidido llamar reforma íntima,
de forma obligatoria, desordenada, impensada. Esperan alcanzar resultados inmediatos.
Sufren porque no consiguen verse en la persona “santificada”, pues todavía andan
a vueltas con sentimientos y deseos puramente humanos, contradictorios con lo
que imaginan ser la tan propalada “criatura ideal”. Invariablemente, sin notarlo,
son estimulados por agentes externos punitivos que traen una gran carga de
culpa. Se olvidan que Allan Kardec preconizaba: “Se reconoce al verdadero espiritista
por su transformación moral y por los esfuerzos que hace para dominar sus malas
inclinaciones.”
Toda reforma significa cambiar
algo ya existente, hacerlo mejor. Nadie en su sano juicio cambia algo existente
para hacerlo peor. Implica también en que se mantenga la estructura básica, cambiando
solo los accesorios. Si fuese para que se rehiciera también la estructura, no
sería reforma, sino “reconstrucción”. Toda reforma apurada, sin el debido conocimiento
ni base sólida a su ejecución, tiende a salir mal, causa disgustos y decepciones,
y eso cuando no obliga a buscar el auxilio de un profesional especializado (en
el caso de los edificios: un ingeniero o arquitecto; en el caso del ser humano:
un psicólogo o psiquiatra).
La “reforma íntima” significa en
verdad la transformación del ser humano a través de la modificación de los
modelos de valores, pensamientos, conceptos, prejuicios y comportamientos,
manteniendo la estructura básica de la persona a ser modificada. Así, la verdadera
transformación moral se inicia a través del análisis sincero de sí mismo, del
autocuestionamiento y del conocimiento real de lo que necesita ser cambiado, lo
que normalmente se denomina autoconocimiento. El ser humano solo cambia lo que
conoce y acepta como verdadero. Los propios espíritus indicaron a Kardec esta
necesidad en la respuesta a la pregunta 919 de El Libro de los Espíritus: “¿Cuál
es el medio práctico más eficaz para mejorarse en esta vida y resistir a la
solicitación del mal?” “Un sabio de la antigüedad os lo dijo: ‘Conócete a ti mismo’.”
Entonces, todo espírita
estudioso, aun sin percibirlo, está en franca ascensión con su seudo reforma
íntima, y de forma natural. Uno de los principales objetivos de la doctrina es
el desarrollo del ser humano, por la comprensión de nuevos conceptos sobre su
realidad espiritual. Así, no debería haber trauma alguno para que el espírita
ejercitara su transformación moral, salvo por una irrazonable exigencia de sí
para consigo, motivada por la falta de estudio adecuado o la falta de
autoconsideración y de amor a sí mismo.
En la transformación moral, ¡el
respeto por sí mismo es importante! El amor a sí mismo es uno de los principales
puntos que deberían ser debatidos, estudiados e incentivados en el medio
espírita, sin la falsa impresión de que amar a sí mismo es actuar con vanidad y
orgullo, faltar con la humildad, con la caridad para con el prójimo. Es común
ver espíritas dedicándose al extremo a la caridad externa, mostrando con eso el
amor al prójimo, olvidándose de ser caritativos y amorosos consigo mismos. Jesús
recomendó como uno de los puntos principales de la Ley Divina “Amar a Dios
sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo”.
Difícilmente alguien acepta en
el otro lo que no acepta en sí mismo. Entonces, el respeto y la consideración
por sí mismo es el primer gran paso al verdadero autoconocimiento. No habiendo el
autoperdón, no hay la aceptación de los errores y, consecuentemente, estos se
ignoran. Es difícil aceptar que somos imperfectos y sujetos a cometer errores,
sin cargar procesos de culpas que nos atemorizan y paralizan. Todo proceso de
culpa inhabilita la criatura a que se sienta bien consigo misma. Tiende a criar
un proceso de sufrimiento y baja estima, cuando no es ignorado completamente a
través del “encubrimiento” que tranquiliza y mantiene a la persona en paz
consigo misma, pero extremamente crítica en cuanto a idénticas situaciones en los
semejantes.
Jesús, en el diálogo con los
acusadores de la mujer adúltera, al proponer que arrojara la primera piedra aquel
que estuviera sin pecado, buscó mostrar que no se puede acusar a nadie y que
todos, indistintamente, somos merecedores de consideración y respeto los unos por
los otros. Tampoco condenó a la mujer, mostrándole, así, que aprendemos con nuestros
propios errores. Quien no yerra hoy, puede haber cometido errores semejantes ayer
o es pasible de cometerlos hoy, en idénticas situaciones. Quien ya ha errado no
acusa al otro porque sabe que también es falible. Así, no hay beneficio alguno
en acusarse: aquel que se acusa, rotula a sus errores como un pecado y no se
preocupa en trabajar para modificarse. ¡Autoacusación provoca inanición!
El proceso reencarnacionista lleva
al crecimiento por la experiencia (errores y aciertos) y no por el “pagamento
de deudas anteriores”, como comúnmente se dice. El autocuestionamiento
constante, sin la acusación insana y paralizante es saludable. Cuestionarse es
diferente de acusarse. Mientras uno estimula el ser al crecimiento, el otro lo
retrasa en el sufrimiento innecesario.
La transformación moral del
espírita consciente se hace natural, automática y constantemente. Sin traumas,
sin cobrarse, a través del cuestionamiento saludable de sí mismo y de la
observación de las actitudes y los sufrimientos ajenos. La persona que se cuestiona
de forma natural no exige de sí actitudes no aprehendidas todavía. Cambia sus
conceptos según las necesidades y los nuevos aprendizajes, manteniéndose
equilibrada ante los hechos de la vida. No cobra del otro, no juzga, pues sabe
que somos todos aprendices y merecedores de indulgencia.
No hay transformación moral sin cambio
de actitudes, recordando el refrán de Raúl Seixas, “Prefiero ser esa
Metamorfosis Ambulante que tener aquella vieja opinión formada sobre todo”.
Las personas que se mantienen firmes en sus viejas opiniones son las que más sufren,
las que más hacen sufrir. Son tan duras y exigentes con los semejantes como lo
son consigo mismas. ¡Transformación moral no se compatibiliza con intransigencia!
Concluyendo: el espírita
consciente se queda en paz consigo mismo. Se acepta como verdaderamente es. No
se cree ni mejor ni peor que nadie. Está siempre atento a sus sentimientos y
necesidades, sin culparse ni criticarse, buscando corregir aquello que piensa
estar mal, en aquel momento. No se molesta en cambiar sus modelos. Tiene total
consciencia de que la vida es un eterno cambio rumbo a la perfección.
Así siendo, ¡¡feliz transformación
moral para ti, lector!!