domingo, 20 de junho de 2021

Enfoque: ¿Reforma Íntima o Transformación Moral?

 

Lo que equivocadamente se llama “reforma íntima” es uno de los temas prevalentes en el medio espírita. La expresión intenta dar significado a la principal razón de nuestra existencia: la transformación moral, objetivo de la reencarnación.

Hablada, decantada, estudiada y debatida, dicha reforma íntima asusta a mucha gente, pues falta la exacta comprensión de lo que sea este “reformarse” íntimamente. Muchos sufren con este tema, lanzándose intempestivamente a lo que se ha decidido llamar reforma íntima, de forma obligatoria, desordenada, impensada. Esperan alcanzar resultados inmediatos. Sufren porque no consiguen verse en la persona “santificada”, pues todavía andan a vueltas con sentimientos y deseos puramente humanos, contradictorios con lo que imaginan ser la tan propalada “criatura ideal”. Invariablemente, sin notarlo, son estimulados por agentes externos punitivos que traen una gran carga de culpa. Se olvidan que Allan Kardec preconizaba: “Se reconoce al verdadero espiritista por su transformación moral y por los esfuerzos que hace para dominar sus malas inclinaciones.”

Toda reforma significa cambiar algo ya existente, hacerlo mejor. Nadie en su sano juicio cambia algo existente para hacerlo peor. Implica también en que se mantenga la estructura básica, cambiando solo los accesorios. Si fuese para que se rehiciera también la estructura, no sería reforma, sino “reconstrucción”. Toda reforma apurada, sin el debido conocimiento ni base sólida a su ejecución, tiende a salir mal, causa disgustos y decepciones, y eso cuando no obliga a buscar el auxilio de un profesional especializado (en el caso de los edificios: un ingeniero o arquitecto; en el caso del ser humano: un psicólogo o psiquiatra).

La “reforma íntima” significa en verdad la transformación del ser humano a través de la modificación de los modelos de valores, pensamientos, conceptos, prejuicios y comportamientos, manteniendo la estructura básica de la persona a ser modificada. Así, la verdadera transformación moral se inicia a través del análisis sincero de sí mismo, del autocuestionamiento y del conocimiento real de lo que necesita ser cambiado, lo que normalmente se denomina autoconocimiento. El ser humano solo cambia lo que conoce y acepta como verdadero. Los propios espíritus indicaron a Kardec esta necesidad en la respuesta a la pregunta 919 de El Libro de los Espíritus: “¿Cuál es el medio práctico más eficaz para mejorarse en esta vida y resistir a la solicitación del mal?” “Un sabio de la antigüedad os lo dijo: ‘Conócete a ti mismo’.”

Entonces, todo espírita estudioso, aun sin percibirlo, está en franca ascensión con su seudo reforma íntima, y de forma natural. Uno de los principales objetivos de la doctrina es el desarrollo del ser humano, por la comprensión de nuevos conceptos sobre su realidad espiritual. Así, no debería haber trauma alguno para que el espírita ejercitara su transformación moral, salvo por una irrazonable exigencia de sí para consigo, motivada por la falta de estudio adecuado o la falta de autoconsideración y de amor a sí mismo.

En la transformación moral, ¡el respeto por sí mismo es importante! El amor a sí mismo es uno de los principales puntos que deberían ser debatidos, estudiados e incentivados en el medio espírita, sin la falsa impresión de que amar a sí mismo es actuar con vanidad y orgullo, faltar con la humildad, con la caridad para con el prójimo. Es común ver espíritas dedicándose al extremo a la caridad externa, mostrando con eso el amor al prójimo, olvidándose de ser caritativos y amorosos consigo mismos. Jesús recomendó como uno de los puntos principales de la Ley Divina “Amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo”.

Difícilmente alguien acepta en el otro lo que no acepta en sí mismo. Entonces, el respeto y la consideración por sí mismo es el primer gran paso al verdadero autoconocimiento. No habiendo el autoperdón, no hay la aceptación de los errores y, consecuentemente, estos se ignoran. Es difícil aceptar que somos imperfectos y sujetos a cometer errores, sin cargar procesos de culpas que nos atemorizan y paralizan. Todo proceso de culpa inhabilita la criatura a que se sienta bien consigo misma. Tiende a criar un proceso de sufrimiento y baja estima, cuando no es ignorado completamente a través del “encubrimiento” que tranquiliza y mantiene a la persona en paz consigo misma, pero extremamente crítica en cuanto a idénticas situaciones en los semejantes.

Jesús, en el diálogo con los acusadores de la mujer adúltera, al proponer que arrojara la primera piedra aquel que estuviera sin pecado, buscó mostrar que no se puede acusar a nadie y que todos, indistintamente, somos merecedores de consideración y respeto los unos por los otros. Tampoco condenó a la mujer, mostrándole, así, que aprendemos con nuestros propios errores. Quien no yerra hoy, puede haber cometido errores semejantes ayer o es pasible de cometerlos hoy, en idénticas situaciones. Quien ya ha errado no acusa al otro porque sabe que también es falible. Así, no hay beneficio alguno en acusarse: aquel que se acusa, rotula a sus errores como un pecado y no se preocupa en trabajar para modificarse. ¡Autoacusación provoca inanición!

El proceso reencarnacionista lleva al crecimiento por la experiencia (errores y aciertos) y no por el “pagamento de deudas anteriores”, como comúnmente se dice. El autocuestionamiento constante, sin la acusación insana y paralizante es saludable. Cuestionarse es diferente de acusarse. Mientras uno estimula el ser al crecimiento, el otro lo retrasa en el sufrimiento innecesario.

La transformación moral del espírita consciente se hace natural, automática y constantemente. Sin traumas, sin cobrarse, a través del cuestionamiento saludable de sí mismo y de la observación de las actitudes y los sufrimientos ajenos. La persona que se cuestiona de forma natural no exige de sí actitudes no aprehendidas todavía. Cambia sus conceptos según las necesidades y los nuevos aprendizajes, manteniéndose equilibrada ante los hechos de la vida. No cobra del otro, no juzga, pues sabe que somos todos aprendices y merecedores de indulgencia.

No hay transformación moral sin cambio de actitudes, recordando el refrán de Raúl Seixas, “Prefiero ser esa Metamorfosis Ambulante que tener aquella vieja opinión formada sobre todo”. Las personas que se mantienen firmes en sus viejas opiniones son las que más sufren, las que más hacen sufrir. Son tan duras y exigentes con los semejantes como lo son consigo mismas. ¡Transformación moral no se compatibiliza con intransigencia!

Concluyendo: el espírita consciente se queda en paz consigo mismo. Se acepta como verdaderamente es. No se cree ni mejor ni peor que nadie. Está siempre atento a sus sentimientos y necesidades, sin culparse ni criticarse, buscando corregir aquello que piensa estar mal, en aquel momento. No se molesta en cambiar sus modelos. Tiene total consciencia de que la vida es un eterno cambio rumbo a la perfección.

Así siendo, ¡¡feliz transformación moral para ti, lector!!

 Edson Figueiredo de Abreu – Gerente Comercial, Presidente del Grupo Espírita Manoel Bento, de São Paulo/SP.

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