quinta-feira, 17 de junho de 2021

Editorial: Cuando la política se vuelve pasión


El mundo intelectual y social de las personas se está reduciendo a los límites de su mundo político”. Micah Goodman, filósofo israelí.

                Espíritas no son seres apolíticos. Al revés, basados en principios claramente expuestos en capítulos como los de la “Ley de Sociedad”, de la “Ley del Progreso” y de la “Ley de Justicia, Amor y Caridad”, de “El Libro de los Espíritus”, son, o deben ser, agentes propulsores de los cambios sociales capaces de construir sociedades justas, cuyo objetivo central es el bien común.

                Sin embargo, por tratar fundamentalmente de la diversidad de entendimientos sobre aspectos importantes de la vida societaria, la práctica política irrita y, no raro, tiende a la violencia, realimentando la barbarie que es, justamente, el opuesto de la buena política. Con razón, el estadista británico Winston Churchill apuntó que “la política es casi tan excitante como la guerra y casi igual de peligrosa. En la guerra solo te pueden matar una vez, pero en política muchas veces”.

                Notablemente cuando quien detiene el poder estimula la provocación política y, en esa condición, tendría la obligación de promover políticas de pacificación y armonía entre sus ciudadanos, en lugar de insuflar el debate ideológico; la política se transforma en arena donde sus gladiadores toman como combustible el odio y como punto de llegada la destrucción del opositor.

Países de diferentes regiones del mundo, en estas primeras décadas del Siglo XXI, experimentan esa fase aguda de la violencia política, proveniente del extremismo ideológico y mantenida tanto por gobernantes de derecha como de izquierda. Pueblos en cuyo seno se estimula y se disemina el odio político ven, así, la deterioración paulatina de todo el legado humanista, nacido de la Ilustración y de donde se originó el moderno Estado Democrático de Derecho.

                La extremada preocupación con la “afirmación de identidades” acaba transformando personas bienintencionadas en guerreras audaces e intolerantes en el trato con el diferente. En nombre o en defensa de ideales políticos de contenidos axiológicamente sustentables, cuando en el enfrentamiento democrático, se dejan involucrar por sentimientos destructivos y se permiten expedientes que alejan cualesquiera caminos conductores al diálogo franco en la busca de soluciones colectivas.

                Ideas políticas, por ser visiones parciales y compartimentadas de las realidades sociales, generan pasiones, como es natural y humano. Pasiones muy semejantes a las que nutrimos por una persona, por un deporte, por modalidades de ocio, por un club de fútbol o por ídolos artísticos.

Las pasiones, y de modo particular las de naturaleza política, son, como afirmó Kardec, “palancas que duplican las fuerzas del hombre y le ayudan a cumplir las miras de la Providencia”. Pero, añade el Maestro en el comentario a la cuestión 908 de “El Libro de los Espíritus”: “Si en lugar de dirigirlas, el hombre se deja dirigir por ellas, cae en el exceso, y la fuerza que en su mano podría hacer el bien se vuelve contra él y lo aplasta”. En otras palabras: pasiones, cuando no bien administradas, matan. Sacrifican personas e ideales. Aniquilan ideas, nobles en su origen, transformándolas en radicalismos insanos y destructivos.

El espiritismo, en todas las etapas de la vida, nos invita al sentido común y a la templanza. Las realidades sociales, sean políticas, religiosas o afines, son experiencias provisorias en las cuales el espíritu inmortal tiene la oportunidad de perfeccionar su capacidad de convivencia y de ayuda mutua con sus compañeros de jornada.

Al espírita, pues, como a todo ciudadano consciente de la necesidad de contribuir al perfeccionamiento de su medio social, cabe el permanente esfuerzo en el sentido de que sus eventuales pasiones políticas no le hagan prisionero de la intolerancia, en detrimento de la potencial vocación a la fraternidad incondicional de que cada uno es portador, por fuerza de una ley natural, dínamo del progreso, presente en su consciencia.

 

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